Un nuevo trabajo, llevado a cabo por científicos del CONICET y el EMISA, reveló que el herbicida glifosato que se aplica en la práctica agropecuaria no desaparece de los campos sino que, dada la enorme cantidad pulverizada y la afectación de los microorganismos encargados de su degradación, el producto no hace más que acumularse en las tierras con todo el riesgo tóxico que esto implica.
La investigación dada a conocer por la revista internacional Environmental Pollution y dada a conocer por el periodista Patricio Eleisegui, señala que «bajo las prácticas actuales, las tasas de aplicación son más altas que las tasas de disipación», y concluye que «por lo tanto, glifosato y AMPA -su metabolito- deben ser considerados pseudo persistentes».
La acumulación, según la investigación, es consecuencia de los plaguicidas que pulverizan los productores agropecuarios, más allá del citado glifosato, todo lo que se aplica en el campo no ha hecho más que degradar a los microorganismos que se podrían encargar de hacer desaparecer al glifosato. Hoy por hoy, estas opciones de degradación están tan afectadas que casi no operan. El sistema de producción rompió al sistema que limpia. Y continúa echando más glifosato que antes», dice Damián Marino doctor en Química y uno de los especialistas del CONICET que coordinó la experiencia.
Argentina aparece hoy como el país con mayor consumo de glifosato en el planeta, en términos de cantidad de población, y mientras Estados Unidos promedian 0,42 litros del herbicida por habitante, Argentina ostenta una pauta de 4,3 litros por cada persona, diez veces más.