Arroyo Venado está ubicado en la provincia de Buenos Aires y tiene según el último censo poco menos de 60 habitantes que dicen que “nunca se van a ir”· Sin boliche ni cine, el orgullo de su gente es una biblioteca con miles de libros.
Arroyo Venado es un pueblo bonaerense del partido de Guaminí que no tiene boliche y tampoco verdulería y psicólogo, y sólo un tren carguero que llega para llevarse la cosecha, pero sus 72 habitantes dicen que nunca se van a ir y confían en tener los 300 habitantes de la década de los ’40.
Allí está Norberto Iriarte, a cargo de la Cooperativa Agrícola Ganadera de Guaminí, que oficia de almacén y de ferretería, quién llegó con su madre, portera de la escuela desde hace 25 años, y con su padre que era cuidador de caballos de cuadreras, espectáculo que apenas es un recuerdo de pocos.
Otro habitante ilustre es Sandro Arco, desde hace poco más de un mes el único policia a cargo de la patrulla rural, que vive en una dependencia del viejo ferrocarril.
Arco cuida 26 mil hectáreas, custodia el pueblo y en sus ratos libres colabora con lo que se necesita, como arreglar el techo de la vieja iglesia.
En el recuperado edificio central de la antigua estación de trenes, cuyo último servicio fue allá por el ’73 – todo el pueblo se reunió para verlo partir -, también está la biblioteca, donde Graciela Bondaz cuenta que «la organizamos en el 2002 y ya tenemos
4 mil libros, entre recibidos y donados».
De aquellos tiempos en que el pitar del tren era un sonido cotidiano en este pueblo que se convirtió en centenario en el 2002, se conserva el telégrafo y el antiguo y oscuro mobiliario, objetos con los que piensan iniciar un museo.
Las vías férreas, ahora ocultas por la maleza, y cercanas a los galpones de acopio de cereal, dividen al pueblo en dos partes; de un lado quedó la vieja fonda, la delegación comunal, la comisaría y la peluquería. Pero nada funciona.
Algunos pobladores recuerdan que hace unos años «un tal Arrechea venía de Bahía Blanca a dar cine en el Club San Martín, después dormía en su camioneta Chrysler modelo del año 30 y a la mañana se iba a otro pueblo, donde siempre era bien recibido»
El que esto cuenta es «Pichón», que se llama Rolando López, tiene 74 años y es hijo de un vasco. Un hombre que nació en la Estancia San Juan, de la familia Irurzún, y que durante 40 años hizo 1.500 viajes en un camión jaula por esta región.
Pero ninguno de los 72 habitantes piensa en buscar nuevos horizontes. Resaltan que tienen luz, una planta potabilizadora donde van a buscar agua en bidones, televisión por cable, antena para teléfonos celulares, gas envasado, Internet y dos clubes.
Y también un jardín de infantes y una escuela que ya va para los 86 años, donde se enseña música, inglés y educación física.
Les falta el diario, que con cierta demora traía el tren, y en lugar de verdulería tienen una huerta comunitaria, y como tampoco hay farmacia tienen una sala de primeros auxilios y la vacunación de los chicos la realizan en Guaminí, en vehículos de los vecinos, porque también dejó de venir el Ñandú del Sur.
Y cuentan que cuando no llueve y el pasto no crece, se juntan y hacen terapia entre ellos. Recuerdan que en la década de los ’70 había 100 habitantes y gran cantidad de venados en la región, y confían en que esos tiempos pueden volver.
FUENTE: AGENCIA DERF